personal

Después del incendio



Hace un mes nos alcanzó un incendio forestal que quemó la mitad de nuestro terreno. La imagen es desgarradora y paralizante. Me ha costado hablar o escribir sobre la experiencia, pero en general, me ha costado hacer cualquier cosa. El verano se siente eterno y cuesta arriba.



Durante el invierno tuvimos la mayor cantidad de agua caída desde que vivimos en Limache. Habíamos pasado años muy secos y la recibimos como un regalo. Aparecieron primero los hongos, bellos y de muchas especies. El agua se coló por las grietas de la tierra y entró en las semillas que dormían desde quién sabe cuándo. Pronto el verde reemplazó al café y un manto de pasto y flores lo cubrió todo. No soy de clima frío, pero disfruté mucho los meses de heladas, embobado por ese paisaje.

Pasaron los días y con ellos, las estaciones más fértiles. En las áreas descuidadas la vida se volvió combustible. Los pastos largos y secos se convirtieron en carreteras para el fuego. Bastó un mínimo descuido humano, una chispa que voló por accidente, para que el viento del verano le avivara el hambre a las llamas y se lo comieran todo. Nada las detuvo, arrasaron con árboles y cactus de cientos de años. En muy pocas horas se quemaron más de doscientas hectáreas y al día siguiente, sumado a los focos que se activaron en Limachito y Villa Alemana, se habían consumido más de mil.








De nuestro terreno se salvó la mitad. Si miras al sureste, nuestro jardín parece intacto, pero si te giras hacia el cerro Mauco, hacia donde está orientada nuestra casa, te enfrentas a un desierto de ceniza con quiscos negros que se drenan por dentro, pero permanecen de pie. Testigos sobrevivientes de incendios pasados que niegan entregarse a este.

Escribo desde casa, consciente de la suerte que tuvimos pues hay varios vecinos que además del jardín, perdieron su hogar. Empecé este texto con el ánimo de reflexionar por qué la abundancia del invierno propició una catástrofe tan terrible en el verano. ¿Qué significa y qué debemos aprender de la experiencia? No tengo respuesta todavía.



Entre los fragmentos de diarios recopilados en Primavera (Ediciones Godot, 2022) y aunque refiriéndose a la tierra que asoma tras el deshielo, desde el siglo XIX Henry David Thoreau me manda pistas: “¿Será que la tierra debe considerarse un cementerio, una necrópolis meramente, y no un granero también, repleto de semillas de vida? ¿No aumenta acaso su fertilidad con esta descomposición del suelo? Un compostaje fértil, en lugar de una arena extinta.”

Ha sido un mes de mucho trabajo. De retirar los palos quemados y mezclar la ceniza con tierra para cambiarle el color al suelo. Los árboles que sobrevivieron están rebrotando y con el tiempo se van a deshacer de ese color otoñal que no pertenece a nuestro bosque esclerófilo. El terreno se ve desnudo y nos sentimos más expuestos, pero me atrevo a soñar que estoy haciendo espacio para nuevos árboles y para un bosque más sano. No será uno que veamos maduro, pero sí uno que plantemos y ayudemos a crecer. Prometo registrar su avance.