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Por favor concedido


A fines de 2016, durante el rodaje de La novia del desierto, subí por primera vez las escaleras del Oratorio de la Difunta Correa. En la ficción, “la Difuntita” cambia el rumbo y la vida de nuestra protagonista y en la realidad, como se puede leer en las miles de ofrendas que hay en cada rincón del santuario, ha ayudado a millones de personas que le expresan sus agradecimientos. 



El marido de Deolinda Correa fue reclutado a la fuerza para combatir en la guerra civil argentina de mediados del Siglo XIX. Deolinda, con la intención de reunirse con él, tomó a su pequeño hijo en brazos y siguió las huellas de la tropa a través del desierto sanjuanino. Bajo la sombra de un algarrobo, Deolinda murió de sed y agotamiento. Al día siguiente, un grupo de arrieros encontraron su cuerpo y descubrieron a su hijo con vida, amamantándose de sus pechos que milagrosamente seguían produciendo leche. Los arrieros enterraron a la difunta y se llevaron con ellos al niño. Al conocerse su historia, la gente empezó a peregrinar hacia la tumba y con el tiempo se fue construyendo sobre ella el santuario que existe allí hoy.




Dos escaleras techadas bordean la colina del santuario. Del techo y de sus pilares cuelgan cintas rojas con palabras de agradecimiento, fotos, patentes de autos y diversos obsequios. Las laderas están llenas de pequeñas réplicas de casas de personas que agradecen a la Difunta haberlas construido. Arriba del cerro, un pequeño cuarto alberga dos figuras de Deolinda muerta con su hijo acostado sobre ella, amamantándose. Afuera hay una cruz sobre una roca y alrededor, cientos de velas y restos de cera derretida; vestigios de solicitudes y agradecimientos.





No soy una persona religiosa pero me atrae la fuerza que hay detrás de algunas imágenes de veneración colectiva. La gratitud y el convencimiento que se lee en las ofrendas tiende a borrar, aunque sea por respeto, cualquier sensación de escepticismo que podamos traer. ¿Por qué no creer en el testimonio de tantas personas?

Mientras el departamento de arte preparaba uno de los espacios donde filmaríamos en la noche, subí las escaleras y dejé algunas velas sobre una de las imágenes de la Difunta, prometiéndole regresar a encenderlas si se cumplía un favor. Se cumplió, pero por la pandemia no había podido regresar. Hasta ahora.

Hicimos el viaje por tierra desde Limache y después de dormir en Mendoza, recorrimos 190 km hacia el noreste para llegar a Vallecito, un pequeño poblado de restaurantes y puestos de suvenires que ha crecido alrededor del santuario.



Luego de almorzar una milanesa con papas y ensalada volví a subir las escaleras para cumplir finalmente la promesa. Cuatro velitas encendidas en agradecimiento alimentaron el pequeño arroyo de cera que cae por uno de los costados de la colina.


En varios lugares de diversas carreteras de Argentina se encuentran animitas dedicadas a la Difunta. Arrieros y camioneros las han construido para difundir la devoción hacia “la Difuntita”. En estos pequeños altares, los viajeros dejan botellas con agua para que Deolinda pueda saciar su sed.

A este lado de la cordillera también existen algunas animitas. En la Ruta 68 rumbo a Santiago, cuando empieza la cuesta del Túnel Lo Prado, hay un pequeño altar a mano derecha. Durante los meses que no pude regresar al Oratorio le dejaba botellas con agua a la Difunta cuando pasaba por ahí, prometiéndole cumplir la promesa apenas pudiera. 

Si pasas y prefieres no dejar plástico en la ruta, puedes regar un pequeño peumo que está plantado al lado de la animita, para ayudarle a crecer y que algún día le ofrende sombra a Deolinda y a su hijo.